
Esta película ganadora de numerosos reconocimientos de las academias del cine estadounidense y británico, ciñe su argumento a la laboriosa construcción de un puente sobre el río Kwai en Tailandia. Lo singular de la trama no es cómo se levantó el puente sino que su construcción, desarrollada en el marco de la segunda guerra mundial, fue llevada a cabo por prisioneros británicos guiados, además, por uno de ellos mismos, el riguroso coronel Nicholson, pero, eso sí, todos bajo las férreas órdenes de sus captores japoneses, en especial del militar Saito.
El filme inspirado, sólo inspirado, en un hecho de la vida real, concluye con la escena más recordada de la película, la voladura del puente por los mismos prisioneros a quienes les fue encomendada su construcción y quienes, efectivamente, lo hicieron con gran esfuerzo y sacrificio. Tan inolvidable como el tema musical de la película “La Marcha del Coronel Bogey”, es también esa escena final que impacta no sólo por el poder destructivo de la detonación que arrasa con el puente y el ferrocarril que lo debía atravesar, sino, y muy especialmente, por el conflicto interno que justo en ese momento se desata en el coronel Nicholson al sentir que no puede cumplir la misión que le ha sido encomendada, estallar el puente. Misión esta provechosa para su país pero que representa la destrucción de una obra de ingeniería exitosa en cuya construcción ha guiado con gran orgullo a todos sus hombres.
¿A cuento de qué viene esta alusión cinematográfica? Pues bien, hace unos días leí en un diario de circulación nacional un comentario que me pareció muy acertado: “El maestro Abreu sufre del Síndrome del Puente sobre el Río Kwai”. Esta expresión la reproduzco no con ánimo de agredir a uno de los pocos hombres insignes que le queda a esta tierra, por el contrario, considero que es un ejercicio de “autoconsuelo”. En efecto, muchos, dentro de los cuales me incluyo, hemos querido creer que el maestro ha preferido bajar la cerviz y “retratarse” con los líderes de este régimen (aceptando intervenir en Alo Presidente, aceptando cambios de nombre intrascendentes, cambios de dependencia administrativa -estos sí trascendentes-, aceptar publicidad para el gobierno en conciertos de las orquestas sinfónicas de su sistema en el extranjero, visitar a hurtadillas a conspicuos representantes de la oposición, y etc., etc...), avalando con ello, lamentablemente, también los desmanes de este entuerto de gobierno, como la única forma que él ha encontrado para salvar su OBRA, el Sistema de Orquestas Infantil y Juvenil de Venezuela.
Hoy en día nadie puede negar, salvo los mezquinos, que esta creación del maestro Abreu es una excepción a la dolorosa regla que exhibe prácticamente todo cuanto es "Made in Venezuela" -parafernalia efectista, peregrinos voluntarismos, “autohomenajes” complacientes y ¨buenas intenciones¨ carentes de resultados útiles para el país-. La gran obra del maestro Abreu, por el contrario, ha dado muestras al mundo entero de sus logros, incluso a países odiosamente llamados del primer mundo. De allí imaginamos que él, con toda razón, concluiría que no ceder a las exigencias del enorme ego de nuestro ¨perpetuo líder¨ implicaría dar al traste con el único puente a la salvación que nunca antes en la historia del país se le ha tendido a millares de niños y jóvenes de los sectores más olvidados... A diferencia de la película él ha optado por salvar su puente, ojalá lo acompañe la razón.